Ein Müller war nach und nach in Armuth gerathen und hatte nichts mehr als
seine Mühle und einen großen Apfelbaum dahinter. Einmal war er in
den Wald gegangen Holz zu holen, da trat ein alter Mann zu ihm, den er noch
niemals gesehen hatte und sprach 'was quälst du dich mit Holzhacken, ich
will dich reich machen, wenn du mir versprichst was hinter deiner Mühle
steht.' Was kann das anders sein als mein Apfelbaum?' dachte der Müller,
sagte 'ja,' und verschrieb es dem fremden Manne. Der aber lachte höhnisch
und sagte 'nach drei Jahren will ich kommen und abholen was mir gehört',
und ging fort.
Aus
Kinder- und Hausmärchen. Große Ausgabe. Band 1 ( 1850 )
La doncella sin manos
Imagen:
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Los hermanos Grimm - KHM 031
A
un molinero le iban mal las cosas, y cada día era más pobre; al fin, ya
no le quedaban sino el molino y un gran manzano que había detrás. Un
día se marchó al bosque a buscar leña, y he aquí que le salió al
encuentro un hombre ya viejo, a quien jamás había visto, y le dijo:
- ¿Por qué fatigarse partiendo leña? Yo te haré rico sólo con que me prometas lo que está detrás del molino.
«¿Qué
otra cosa puede ser sino el manzano?», pensó el molinero, y aceptó la
condición del desconocido. Éste le respondió con una risa burlona:
- Dentro de tres años volveré a buscar lo que es mío -y se marchó.
Al llegar el molinero a su casa, salió a recibirlo su mujer.
-
Dime, ¿cómo es que tan de pronto nos hemos vuelto ricos? En un abrir y
cerrar de ojos se han llenado todas las arcas y cajones, no sé cómo y
sin que haya entrado nadie.
Respondió el molinero:
- He encontrado
a un desconocido en el bosque, y me ha prometido grandes tesoros. En
cambio, yo le he prometido lo que hay detrás del molino. ¡El manzano
bien vale todo eso!
- ¿Qué has hecho, marido? -exclamó la mujer
horrorizada-. Era el diablo, y no se refería al manzano, sino a nuestra
hija, que estaba detrás del molino barriendo la era.
La hija del
molinero era una muchacha muy linda y piadosa; durante aquellos tres
años siguió viviendo en el temor de Dios y libre de pecado. Transcurrido
que hubo el plazo y llegado el día en que el maligno debía llevársela,
lavóse con todo cuidado, y trazó con tiza un círculo a su alrededor.
Presentóse el diablo de madrugada, pero no pudo acercársele y dijo muy
colérico al molinero:
- Quita toda el agua, para que no pueda lavarse, pues de otro modo no tengo poder sobre ella.
El
molinero, asustado, hizo lo que se le mandaba. A la mañana siguiente
volvió el diablo, pero la muchacha había estado llorando con las manos
en los ojos, por lo que estaban limpísimas. Así tampoco pudo acercársele
el demonio, que dijo furioso al molinero:
- Córtale las manos, pues de otro modo no puedo llevármela.
- ¡Cómo puedo cortar las manos a mi propia hija! -contestó el hombre horrorizado. Pero el otro le dijo con tono amenazador:
- Si no lo haces, eres mío, y me llevaré a ti.
El
padre, espantado, prometió obedecer y dijo a su hija: - Hija mía, si no
te corto las dos manos, se me llevará el demonio, así se lo he
prometido en mi desesperación. Ayúdame en mi desgracia, y perdóname el
mal que te hago.
- Padre mío -respondió ella-, haced conmigo lo que os plazca; soy vuestra hija.
Y,
tendiendo las manos, se las dejó cortar. Vino el diablo por tercera
vez, pero la doncella había estado llorando tantas horas con los muñones
apretados contra los ojos, que los tenía limpísimos. Entonces el diablo
tuvo que renunciar; había perdido todos sus derechos sobre ella.
Dijo el molinero a la muchacha:
- Por tu causa he recibido grandes beneficios; mientras viva, todos mis cuidados serán para ti.
Pero ella le respondió:
- No puedo seguir aquí; voy a marcharme. Personas compasivas habrá que me den lo que necesite.
Se
hizo atar a la espalda los brazos amputados, y, al salir el sol, se
puso en camino. Anduvo todo el día, hasta que cerró la noche. Llegó
entonces frente al jardín del Rey, y, a la luz de la luna, vio que sus
árboles estaban llenos de hermosísimos frutos; pero no podía
alcanzarlos, pues el jardín estaba rodeado de agua. Como no había cesado
de caminar en todo el día, sin comer ni un solo bocado, sufría mucho de
hambre y pensó: «¡Ojalá pudiera entrar a comer algunos de esos frutos!
Si no, me moriré de hambre». Arrodillóse e invocó a Dios, y he aquí que
de pronto apareció un ángel. Éste cerró una esclusa, de manera que el
foso quedó seco, y ella pudo cruzarlo a pie enjuto. Entró entonces la
muchacha en el jardín, y el ángel con ella. Vio un peral cargado de
hermosas peras, todas las cuales estaban contadas. Se acercó y comió
una, cogiéndola del árbol directamente con la boca, para acallar el
hambre, pero no más. El jardinero la estuvo observando; pero como el
ángel seguía a su lado, no se atrevió a intervenir, pensando que la
muchacha era un espíritu; y así se quedó callado, sin llamar ni
dirigirle la palabra. Comido que hubo la pera, la muchacha, sintiendo el
hambre satisfecha, fue a ocultarse entre la maleza.
El Rey, a quien
pertenecía el jardín, se presentó a la mañana siguiente, y, al contar
las peras y notar que faltaba una, preguntó al jardinero qué se había
hecho de ella. Y respondió el jardinero:
- Anoche entró un espíritu, que no tenía manos, y se comió una directamente con la boca.
- ¿Y cómo pudo el espíritu atravesar el agua? -dijo el Rey-. ¿Y adónde fue, después de comerse la pera?
-
Bajó del cielo una figura, con un vestido blanco como la nieve, que
cerró la esclusa y detuvo el agua, para que el espíritu pudiese cruzar
el foso. Y como no podía ser sino un ángel, no me atreví a llamar ni a
preguntar nada. Después de comerse la pera, el espíritu se retiró.
- Si las cosas han ocurrido como dices -declaró el Rey-, esta noche velaré contigo.
Cuando
ya oscurecía, el Rey se dirigió al jardín, acompañado de un sacerdote,
para que hablara al espíritu. Sentáronse los tres debajo del árbol,
atentos a lo que ocurriera. A medianoche se presentó la doncella,
viniendo del boscaje, y, acercándose al peral, comióse otra pera,
alcanzándola directamente con la boca; a su lado se hallaba el ángel
vestido de blanco. Salió entonces el sacerdote y preguntó:
- ¿Vienes del mundo o vienes de Dios? ¿Eres espíritu o un ser humano?
A lo que respondió la muchacha:
- No soy espíritu, sino una criatura humana, abandonada de todos menos de Dios.
Dijo entonces el Rey:
- Si te ha abandonado el mundo, yo no te dejaré.
Y
se la llevó a su palacio, y, como la viera tan hermosa y piadosa, se
enamoró de ella, mandó hacerle unas manos de plata y la tomó por esposa.
Al cabo de un año, el Rey tuvo que partir para la guerra, y encomendó a su madre la joven reina, diciéndole:
- Cuando sea la hora de dar a luz, atendedla y cuidadla bien, y enviadme en seguida una carta.
Sucedió
que la Reina tuvo un hijo, y la abuela apresuróse a comunicar al Rey la
buena noticia. Pero el mensajero se detuvo a descansar en el camino,
junto a un arroyo, y, extenuado de su larga marcha, se durmió. Acudió
entonces el diablo, siempre dispuesto a dañar a la virtuosa Reina, y
trocó la carta por otra, en la que ponía que la Reina había traído al
mundo un monstruo. Cuando el Rey leyó la carta, espantóse y se
entristeció sobremanera; pero escribió en contestación que cuidasen de
la Reina hasta su regreso.
Volvióse el mensajero con la respuesta, y
se quedó a descansar en el mismo lugar, durmiéndose también como a la
ida. Vino el diablo nuevamente, y otra vez le cambió la carta del
bolsillo, sustituyéndola por otra que contenía la orden de matar a la
Reina y a su hijo. La abuela horrorizóse al recibir aquella misiva, y,
no pudiendo prestar crédito a lo que leía, volvió a escribir al Rey;
pero recibió una respuesta idéntica, ya que todas las veces el diablo
cambió la carta que llevaba el mensajero. En la última le ordenaba
incluso que, en testimonio de que había cumplido el mandato, guardase la
lengua y los ojos de la Reina.
Pero la anciana madre, desolada de
que hubiese de ser vertida una sangre tan inocente, mandó que por la
noche trajesen un ciervo, al que sacó los ojos y cortó la lengua. Luego
dijo a la Reina:
- No puedo resignarme a matarte, como ordena el Rey;
pero no puedes seguir aquí. Márchate con tu hijo por el mundo, y no
vuelvas jamás.
Atóle el niño a la espalda, y la desgraciada mujer se marchó con los ojos anegados en lágrimas.
Llegado
que hubo a un bosque muy grande y salvaje, se hincó de rodillas e
invocó a Dios. Se le apareció el ángel del Señor y la condujo a una
casita, en la que podía leerse en un letrerito: «Aquí todo el mundo vive
de balde». Salió de la casa una doncella, blanca como la nieve, que le
dijo: «Bienvenida, Señora Reina», y la acompañó al interior.
Desatándole
de la espalda a su hijito, se lo puso al pecho para que pudiese darle
de mamar, y después lo tendió en una camita bien mullida. Preguntóle
entonces la pobre madre:
- ¿Cómo sabes que soy reina?
Y la blanca doncella, le respondió:
- Soy un ángel que Dios ha enviado a la tierra para que cuide de ti y de tu hijo.
La
joven vivió en aquella casa por espacio de siete años, bien cuidada y
atendida, y su piedad era tanta, que Dios, compadecido, hizo que
volviesen a crecerle las manos.
Finalmente, el Rey, terminada la
campaña, regresó a palacio, y su primer deseo fue ver a su esposa e
hijo. Entonces la anciana reina prorrumpió a llorar, exclamando:
-
¡Hombre malvado! ¿No me enviaste la orden de matar a aquellas dos almas
inocentes? -y mostróle las dos cartas falsificadas por el diablo,
añadiendo: - Hice lo que me mandaste y le enseñó la lengua y los ojos.
El
Rey prorrumpió a llorar con gran amargura y desconsuelo, por el triste
fin de su infeliz esposa y de su hijo, hasta que la abuela, apiadada, le
dijo:
- Consuélate, que aún viven. De escondidas hice matar una
cierva, y guardé estas partes como testimonio. En cuanto a tu esposa, le
até el niño a la espalda y la envié a vagar por el mundo, haciéndole
prometer que jamás volvería aquí, ya que tan enojado estabas con ella.
Dijo entonces el Rey:
-
No cesaré de caminar mientras vea cielo sobre mi cabeza, sin comer ni
beber, hasta que haya encontrado a mi esposa y a mi hijo, si es que no
han muerto de hambre o de frío.
Estuvo el Rey vagando durante todos
aquellos siete años, buscando en todos los riscos y grutas, sin
encontrarla en ninguna parte, y ya pensaba que habría muerto de hambre.
En todo aquel tiempo no comió ni bebió, pero Dios lo sostuvo. Por fin
llegó a un gran bosque, y en él descubrió la casita con el letrerito:
«Aquí todo el mundo vive de balde». Salió la blanca doncella y,
cogiéndolo de la mano, lo llevó al interior y le dijo:
- Bienvenido, Señor Rey -y le preguntó luego de dónde venía.
-
Pronto hará siete años -respondió él- que ando errante en busca de mi
esposa y de mi hijo; pero no los encuentro en parte alguna.
El ángel
le ofreció comida y bebida, pero él las rehusó, pidiendo sólo que lo
dejasen descansar un poco. Tendióse a dormir y se cubrió la cara con un
pañuelo.
Entonces el ángel entró en el aposento en que se hallaba la Reina con su hijito, al que solía llamar Dolorido, y le dijo:
- Sal ahí fuera con el niño, que ha llegado tu esposo.
Salió ella a la habitación en que el Rey descansaba, y el pañuelo se le cayó de la cara, por lo que dijo la Reina:
- Dolorido, recoge aquel pañuelo de tu padre y vuelve a cubrirle el rostro.
Obedeció
el niño y le puso el lienzo sobre la cara; pero el Rey, que lo había
oído en sueños, volvió a dejarlo caer adrede. El niño, impacientándose,
exclamó:
- Madrecita. ¿cómo puedo tapar el rostro de mi padre, si no
tengo padre ninguno en el mundo? En la oración he aprendido a decir:
Padre nuestro que estás en los Cielos; y tú me has dicho que mi padre
estaba en el cielo, y era Dios Nuestro Señor. ¿Cómo quieres que conozca a
este hombre tan salvaje? ¡No es mi padre!
Al oír el Rey estas palabras, se incorporó y le preguntó quién era. Respondióle ella entonces:
- Soy tu esposa, y éste es Dolorido, tu hijo.
Pero al ver el Rey sus manos de carne, replicó: - Mi esposa tenía las manos de plata.
-
Dios misericordioso me devolvió las mías naturales -dijo ella; y el
ángel salió fuera y volvió en seguida con las manos de plata. Entonces
tuvo el Rey la certeza de que se hallaba ante su esposa y su hijo, y,
besándolos a los dos, dijo, fuera de sí de alegría.
- ¡Qué terrible peso se me ha caído del corazón!
El
ángel del Señor les dio de comer por última vez a todos juntos, y luego
los tres emprendieron el camino de palacio, para reunirse con la
abuela. Hubo grandes fiestas y regocijos, y el Rey y la Reina celebraron
una segunda boda y vivieron felices hasta el fin.
FINIS